Un escorpión apresurado se acercó a una tortuga que dormitaba a orillas de un río.
-Por favor – pidió con una vocecita inocente-, llévame hasta la otra orilla…
La tortuga abrió lentamente el ojo izquierdo. Era un animal muy viejo y muy sabio.
¿Ahhh?- bostezó.
Es que no se nadar- se lamentó el escorpión- y necesito llegar con urgencia al otro lado.
La tortuga abrió el ojo derecho y lo miró sospechosamente.
No… no… de ninguna manera…- dijo entre bostezos y volvió a cerrar los ojos.
Pero, por favor- insistió el escorpión-, tengo a toda mi familia al otro lado del río… No me puedes negar un servicio tan pequeño…
La tortuga abrió nuevamente los ojos.
Mira, dijo lánguidamente-, no te voy a llevar porque se muy bien lo que pasaría…
¿Qué?- insistió el escorpión-. ¿Qué va a pasar?
Que apenas lleguemos a la mitad de la corriente vas a aprovechar que no me puedo defender y me vas a clavar en la nuca esa cola venenosa que tienes…
El escorpión emitió una risita nerviosa.
Pero ¡cómo se te ocurre!¬- exclamó-. Si te mato a la mitad de la corriente, me ahogaría yo también… y ya sabes que al otro lado me está esperando mi familia…
La tortuga pensó un rato, era una razón convincente.
¿Estás seguro?- preguntó.
El escorpión asintió.
¿Lo juras?- insistió la tortuga.
Te lo juro- afirmó el escorpión.
De acuerdo- aceptó la tortuga.
Vamos rápido entonces- exclamó el escorpión saltando sobre la caparazón de la tortuga.
La tortuga se arrastró hasta el agua y por un rato navegaron tranquilamente.
Pero apenas habían llegado a la mitad del río, el escorpión le clavó la aguda lanceta en el punto más vulnerable del cuello de la tortuga.
- ¿Pero que has hecho?- se quejó la tortuga al sentir el efecto mortal del veneno-. ¡Tú me lo juraste…!
- Si- reconoció el escorpión que ya había caído a las turbulentas aguas del río.
- Pero te vas a ahogar tú también- alcanzó a pronunciar la tortuga justo antes de quedar paralizada por el veneno.
- Sí- dijo el escorpión a punto de ahogarse-, pero no puedo ir contra mi naturaleza.